En Burgui (Valle de Roncal-Navarra)
han preparado un
recorrido interpretativo, entorno a las antiguas formas de vida en los valles
pirenaicos,
a través de la reconstrucción de diferentes oficios,
cuyo máximo
exponente, es la celebración anual del Día de la Almadía en el mes de mayo. Almadiero,
nevero, calero, carbonero, panadero, cantero, aserrador… son oficios que reviven
en Burgui.
Cruzando el puente sobre el Río Esca
nos encontramos con
“Las lavanderas”;
el acto del lavado de la ropa, implicaba a las mujeres y al
río,
una ardua tarea y acto social donde no faltaba el cante, las confidencias y
la espera del paso de los almadieros;
siempre cargadas por el puente con pesados
baldes de ropa mojada;
con las manos estropeadas por el frío o quemadas por la
sosa del jabón;
el lavado se completaba posteriormente en casa con la colada, blanqueando
la ropa colándola con ceniza y agua bien caliente.
Siguiendo el camino a la derecha
vemos una almadía,
balsa formada por varios
tramos con maderos de idéntica longitud, amarrados entre sí mediante jarcias
vegetales (vergas de avellano, mimbre silvestre, etc.), con remos en la punta y
en la zaga, para dirigir la balsa por el río;
su finalidad consistía en transportar
la madera, hasta los lugares donde podía ser vendida para su transformación.
Se construían talando, destajando y cortando las ramas,
después se dividen en varios maderos, que oscilan entre 4 y 6,40 m,
se procede a escuadrar los troncos y montarlos
unidos por medio de jarcias
vegetales, formando tramos de entre 4 y 5 m; una vez preparados los
tramos se deslizan al
río,
donde se ensamblan hasta siete según el grosor de la madera; se dispone del
“ropero” donde colgar la ropa y las alforjas con viandas para que no se mojen.
A veces, para sacar del bosque los troncos, hay que recurrir a la fuerza del
agua de los barrancos o a la tracción animal.
Camino arriba, llegamos en unos metros al templete, donde se
hallan el horno de pan
y la carbonera;
El oficio de carbonero existió en este
pueblo hasta 1950, operaban cortando y troceando los árboles, que dejaban un tiempo a secar;
asentaban la
carbonera en terreno despejado y llano, colocando en el centro los mejores
troncos;en círculos concéntricos el montón de leña forma un cono,
que forraban
con una capa de paja, helechos o ramas de boj, para que no pasase al interior,
la tierra muy fina con la que cubrían la carbonera.
Los carboneros subían a la carbonera por escalera y la
encendían, avivando la llama y tapando, para que el fuego penetranse cada vez
más abajo y a los lados (abriendo gateras laterales);
proceso peligroso, largo y
pesado, durante quince días de cocción, para que estuviese a punto el carbón,
que era transportado en sacos sobre burros o mulos hasta la carretera. El
rendimiento venía a ser alrededor de un tercio de la leña empleada.
Junto a la carbonera, vemos en madera tallada al panadero
trabajando en el horno.
En Burgui hasta 1936 había dos hornos y la panadería; el
panadero se encargaba de la molienda, elaboración y venta del pan solo para los
que no pagaban en especie como era costumbre.
La hornera, además de avisar por
las calles cuando el horno estaba listo, alimentaba la lumbre y con palas de
diversos tamaños, iba depositando los distintos moldes de masa en el horno que
traían las amas de casa.
Continuamos andando hasta el cartel de sendero balizado a la
Foz de Burgi,
damos la vuelta
y hacemos camino
hasta el aserradero,
donde la
sierra dejó de ser una herramienta manual, para convertirse en una herramienta
mecánica que serraba más y mejor.
Se empleaba mucho tiempo para serrar poca
cantidad de madera;
encima, a veces, los aserradores dejaban las tablas y tablones
sin terminar, para que no los robara por la noche algún vecino de poco sueño y
larga mano.
Pasada la serrería, nos desviamos por la izquierda
cruzando
el puente de vuelta a Burgi;
para terminar hay que destacar al pastor, con su
espaldero, palo, perro y rebaño, humanizando el paisaje; La Cañada Real de los
Roncaleses, conectaba los pastos estivales de los puertos roncaleses con los de
las Bardenas Reales; a la vuelta los rebaños, el oficio de pastor se combina
con la de quesero;
al ordeño en la majada, le seguía todo un proceso de
elaboración en cabañas y bordas donde la leche y el cuajo natural eran los
protagonistas.
Tampoco podemos olvidar a las alpargateras;
vestidas de
negro, se iban en octubre y volvían en mayo. Igual que las golondrinas en sus
movimientos migratorios; con edades entre 15 y 25 años, andando a lomos de alguna caballería, remontaban el
valle, subían el puerto, y bajaban hasta Mauleón u otras localidades francesas
del entorno, para ganarse allí un jornal, trabajando en las fábricas de
alpargatas jornadas de entre 12 y 16 horas, todo ello en animadas cuadrillas.
Llegada la primavera, retornaban de nuevo a sus pueblos, para afrontar las
labores del campo que traía consigo la época estival; como no les estaba
permitido pasar dinero de una nación a otra, adquirían productos como
chocolate, relojes, tejidos y pasamanería que servían para dar realce y
categoría a sus trajes roncaleses.
Nos despedimos de Burgui, pequeño pueblo del Pirineo, que
afronta el futuro a partir de su pasado, haciendo valer las formas de vida
tradicionales, recuperando su legado como recurso turístico, histórico y
cultural.
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