Partimos 7 componentes del grupo Pedaleando por la Vida,
cruzando el puente sobre el Río Segura, ascendemos desde la población Virgen
del Oro por la Cañada Real de la Sierra del Oro.
Cortamos el Barranco del
Malojo rodeando por su casa;
en el cruce, descendemos un corto trecho por pista
a la derecha, para tomar la siguiente a la izquierda hacia el Alto de los
Prados;
sin coger ningún desvío a derechas,
cambiamos de dirección en el cruce
con la pista a la Casa del Madroñal,
la rodeamos para seguir un estrecho sendero,
al principio llanea, para tomar bastante altura bajo el frondoso pinar;
llegamos al paraje de la Terrera
y su fuente,
enlazando con el Camino del
Madroñal.
Con vistas del Almorchón
y pasado un cortafuegos, salimos a
la carretera RM-532, a la altura de una casa de peones camineros, donde tomamos
el mantente;
dos miembros del equipo, vuelven sobre nuestros pasos para
recuperar un móvil perdido; esperamos un buen rato por si acaso. Comenzamos a
descender,
dejamos atrás las ruinas de la Casa del Guarda, para bordear la
Umbría de la Fuente del Rey y el Puntal de Ripión;
abandonamos la carretera
pasado el km 13; el sendero,
por la izquierda en subida, nos saca a la Casa de
Hoyos;
continuamos por pista asfaltada,
cruzamos caseríos como Las Ventanas
hasta el cruce de Charrara;
la carretera serpentea sorteando los cauces
rambleros adaptándose a la orografía,
afrontamos el ascenso en la confluencia
del Barranco de Vite con las Ramblas de Charrara y Benito, precisamente a esta
última nos dirigimos.
Vamos atentos a tomar el desvío por la izquierda, entrando
por las casas en la Cuesta de Egea, donde se encuentra la Ermita de la Virgen
del Oro;
probablemente el topónimo Oro, se utiliza tanto para nombrar a la
Virgen, como al monte y al entorno que la acoge, tiene su origen en la raíz
hebrea “or”, que significa “monte”.
Descendemos a la Rambla de Benito, entre la
Sierra de Ricote y la del Oro que hemos rodeado; su cauce es también la vía
pecuaria “El Cordel de Charrara”.
Además de laderas acarcavadas y otras estratificadas, donde
la erosión ha dejado su huella, el cauce de la rambla se encuentra destrozado,
por los arrastres del agua que fluye abundante tiñendo de rojizos tonos los surcos, arena y
guijarros.
No ha quedado prácticamente ninguna traza senderil cercana al mismo;
trazamos sobre la marcha pedaleando por intuición, con la dificultad que
suponen los obstáculos que nos salen al paso;
cruzamos indistintamente de margen, las ruedas se
hunden en las pequeñas pozas o quedan aprisionadas en las zonas embarradas con profusión de matorral y arrastres;
a pesar
de ello la diversión está asegurada
y el esfuerzo también; sobre todo cuando llegamos a la zona del estrecho,
y el esfuerzo también; sobre todo cuando llegamos a la zona del estrecho,
salvándolo por un camino empedrado
con las ruinas
de un molino, que antaño y gracias al agua que se derivaba de la rambla, picaba
esparto para fabricar recipientes donde, entre otras cosas, podían guardar las
frutas de la zona de Abarán.
No acabamos de empujar la bici,
cuando volvemos a
encontrarnos con los dos miembros del equipo que, habiendo recuperado el
teléfono,
han hecho un tramo de rambla en subida; juntos, vamos rematando este periplo ramblero
con rampa final,
y paso por la población hacia los coches.
Como viene siendo
costumbre, nos tomamos un menú reparador en un restaurante de la zona.
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