Partimos cruzando el puente junto al caserío,
ascendemos buscando
el Barranco del Escalón entre los Cerros Maguillo y Citulero,
el sol comienza su inexorable
descenso extinguiendo al frescor de la umbría;
dejamos atrás un cortijo
derruido con una enorme encina
que cobija un pequeño parral;
la pista
desaparece
y andamos orientándonos junto al cauce adornado con arbustos
espinosos;
vemos una roca con forma de cabeza,
cruzamos un huerto de altivos
almendros;
entre agracejos,
vadeamos el
arroyo que desciende por el Barranco del Escalón,
para enlazar con la pista
maderera de los Ballesteros.
El firme de la pista de saca muy cuidado, cambia de
dirección abandonando el barranco para coronar el Collado Zapateros; la acumulación de todoterrenos que
vemos enfrente, nos hace temer que haya montería, como así nos advierte un
cazador dispuesto en el cruce, aunque nos dirigimos al Ojuelo, la vuelta
prevista no va a ser posible ni aconsejable, puesto que nos comenta del peligro
que supone “aunque no suelen dispara hacia atrás”; es decir, que la pista por la
que transitamos se halla fuera del perímetro de caza o “mancha”, pero cuanto más
alejados estemos tanto mejor.
Caminar por un camino público afectado por una montería,
está prohibido siempre que se haya señalizado correctamente; la idea de que “El
monte es de todos y hay que cuidarlo” no es del todo cierta, al menos la
primera premisa; los cotos de caza sitos en monte público son alquilados por
sociedades y contribuyen al desarrollo económico de las zonas rurales;
aunque
el turismo de senderismo y montaña también lo hace; deberían situar los avisos,
además de en los límites de la zona de monteria (500 m), al inicio de las
pistas que van a cortar algunos km después. Conviene ponerse en contacto con el
Ayuntamiento o Consejería de Agricultura de la Comunidad Autónoma por donde
vaya a discurrir la montería antes de rutear por la zona.
Comenzamos a relajarnos oliendo a madera de pino; las
labores de tala, poda y limpieza (otra forma de aprovechamiento además de la
cinegética) son visibles por doquier;
paramos a tomar un mantente cuando
remontamos la cabecera del Barranco del Escalón; comenzamos a descender y
atajamos brevemente para entroncar con la pista al Ojuelo en el Cañamar, la tendremos
que tomar de vuelta al ser la que más nos aleja de los disparos.
En la Lobera pasamos al lado de un abrevadero,
distinguimos
las ruinas de los cortijos del Ojuelo,
los chopos ya mezclan verde con
amarillo,
los suelos secos mantienen unos tonos dorados preciosos, impropios de
una planta tan poco agraciada como son los abundantes cardos,
y no digamos los bellos
hongos saprófitos que se alimentan de los excrementos de herbívoros;
juncos
mollares, higueras dispersas, un membrillero o manzano vallado,
al igual que se
encuentra un gracioso pony, tan peludo que dudo pueda ver algo,
lo que si hace
es acercarse presuroso, como mi Perrete tierno cuando quiere algo de comida.
Nuevamente corta el paso la cinta de precinto con cartel
alusivo a la montería (consiste en batir con ayuda de perros una extensión de
monte cerrada por cazadores, distribuidos en armadas y colocados en puestos
fijos).
Volviendo sobre nuestros pasos ahora en subida y con bastante
calor, llegamos al cruce con el track de la ida, seguimos rectos por la ancha
pista forestal de las Crucetas;
perdiendo altura progresivamente pero dando un
rodeo, de cuando en vez avistamos la cercana Sierra de Alcaraz y el Almenara (1796 m);
observamos una
planta muy llamativa al borde el camino
y en un talud cercano;
la pista, antes de llegarse a la carretera, nos
sorprende con una sombría área de picnic, dotada de mesas y fuente-abrevadero,
más adelante lo hace con un inmenso bidón, rebosante de agua para sofocar
incendios.
El largo tramo de carretera, sus curvas y el pequeño arcén, hacen
que vayamos pendientes no solo del paisaje circundante, sino del ruido de los vehículos;
hay poco tráfico pero no existe la posibilidad de abandonarla, ni de seguir el
Arroyo de Zapateros;
aunque nos permite ver las ruinas del antiguo Molino Zapateros junto al Rio de Las Crucetas,
con
bastante agua y sin paso por su exuberante ribera;
dejando las Casas de Prado
Grande, llegamos a las Parideras
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