Accedemos desde el corazón por la carretera del sentimiento,
al punto emocional donde aparcamos el estrés.
Había una vez un senderista de nombre Joaquín, que se
afanaba con ahínco y esfuerzo por encontrar el Valle Perdido, al principio
salía solo, pero pronto su fama se extendió y compañía no le faltó nunca.
Joaquín |
Poco a poco fue reuniendo a un grupo de Andarines, donde era
animado por Jose Ramón, Miguel, Crisanto y Rogelio para que no decayese en su
búsqueda, otros como Taras le ayudaban a plantar, Jose Luis y Miguel Ángel
gustaban de sacarle fotos, Isidoro lo apoyaba, Maite le traía bombones al
monte, Marta y Ana le sonreían continuamente, hasta Manuel lo bendecía como si
de un santo se tratase.
Joaquín compartía generoso los excelentes productos de su
pequeño huerto, naranjas para los hombres y plátanos para ellas, aunque se
comenta que tiene huevos azules y de distinto tamaño no me corresponde a mi
juzgarlo.
Como decía, siempre tenía una palabra amable para cada uno
de nosotros, casi sin darse cuenta iba descubriendo rincones con encanto,
nacimientos, fósiles, setas, espárragos, cuevas, etc. que mostraba humildemente
a modo de pequeños tesoros.
Aún hoy día, nos hace sentir que la vida es camino y también
búsqueda, que nos depara gratas sorpresas, si sabemos observar con ojos de niño
y espíritu abierto.
Aunque continuamente acabamos en la casilla de salida, al
menos una vez por semana, lo volvemos a intentar y siempre, siempre, al final
bebemos felices y acabamos contentos.
Afortunadamente dice que existen otros dos valles por
explorar, uno con pájaros exóticos, otro con balsas de agua y peces de colores,
tenemos por tanto un futuro prometedor con el que soñar.
Mantis religiosa con su rebaño de caracoles |
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